Lo veía desde mi ventana caminar lentamente, con la mirada fija en la lejanía, nunca volteaba a los lados, transitaba cual soldado de guerra, sobre su hombro caía la mano callosa y envejecida de su abuelo, con una guitarra vieja a sus espaldas, un día que los vi pasar muy cerca de mi ventana, descubrí los ojos del anciano, eran blancos como las cortinas del vecino, su mirada apuntaba siempre hacia el mismo lugar, parecía que pensaban lo mismo, sus huaraches de tiras reventadas y la suela gastada les impedían caminar mas de prisa, era una rutina de ambos el trayecto hacia la cantina situada en la orilla de la ciudad, donde sentados sobre un tronco de árbol que les servia de asiento, afinaban la guitarra y su bien entonada voz dejaba escapar las melodías añejas de mocedades.
Lo volví a ver el primer día de clases, me había habituado ya a tener las miradas puestas sobre mi, porque desde el momento en que entraba a la escuela los ojos de todos se posaban en mis piernas de fierro y mis zapatos de suela alta que soltaban un extraño ruidito al chocar contra el pavimento que me hacían pasar como un ser de otra galaxia, pero ese día sentí sobre mi, una mirada diferente que me hizo girar a mi alrededor buscando al acechante y entonces lo vi, sentado al final de los pupitres escolares, su húmeda melena dorada y el uniforme casi militar lo hacían pasar como un niño de familia acomodada, pero el solo bajar la vista y descubrir sus sandalias de cuero nos mostraban su realidad, era el nieto del músico de cantina, el hijo de la dulcera de la escuela, y el sobrino de la amargada conserje, me miro con sus enormes ojos verdes, le lance una sonrisa misma que no me fue correspondida, me senté de golpe sobre la silla tratando de olvidar su descortesía, dedicándome a estudiar y repasar las clases que me impartían
No me gustaba salir al recreo, porque me era difícil participar en los juegos bruscos que compartían mis compañeros, pero un día animada a salir de mi soledad levante la mano para pedir permiso e incorporarme a la actividad que organizaba el líder del juego, hubo un silencio incomodo, parecía como si hubiera hablado el diablo, los niños me miraron espantados, y el líder ignorándome volvió a preguntar si alguien deseaba jugar, un puñetazo en su rostro interrumpió sus palabras, y mientras se levantaba del suelo chillaba preguntando el porque había sido agredido, su atacante tomándolo de la camisa le reclamaba furioso el porque me había ignorado, los demás nos rodearon haciendo bulla mientras yo intentaba escapar, la directora llego y ambos fueron expulsados, el agredido volvió 3 días después, pero mi defensor no regreso, años mas tarde al salir a mi ventana como era mi costumbre, mirando hacia el suelo reconocí unos huaraches viejos que arrastraban hilos de cuero, dejando huellas sobre el asfalto mojado, caminaba lentamente, cargando tras su espalda la vieja guitarra, paso tan cerca de la ventana que escuche su respiración agitada, dos pasos mas adelante se detuvo, baje de prisa y tome la jarra con agua, salí a la calle y lo encontré sentado en la banqueta, le ofrecí el liquido y por primera vez giro su cabeza para mirarme de frente, sus tristes labios me dieron una sonrisa, que fue bien recibida, al cuestionarle la ausencia del anciano, me respondió con voz apagada que un año atrás había muerto, y el había tomado su lugar cantando en la cantina, para pagarse los gatos ahora que se decidió a retomar la escuela, sus marcadas facciones adolescentes dejaban ver su guapura, sus ojos verdes alojaban una sensación extraña escondida tras sus pupilas, se levanto dándome las gracias y siguió su largo camino, fue la ultima vez que lo vi, porque mi madre había decidido que viajáramos a otra ciudad para vivir, dejando tras las huellas de las llantas del camión de mudanzas, el recuerdo perdido de esos bellos ojos verdes, entre el follaje también verdoso del camino...
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